¿Hay necesidad de un principio regulador de los comportamientos?

Véase en «La génesis de la justicia: entre la naturaleza y la cultura» http://www.tirant.com/editorial/libro/la-genesis-de-la-justicia-9788498766639

La respuesta, obviamente, desde mi punto de vista es positiva: lo precisamos porque somos seres sociales. Precisamos de tal principio regulador y la prueba de ello son las costumbres y también lo es la justicia que, aunque no haya sido recibida desde arriba, ha sido necesaria para la vida de los humanos desde el momento que se hacen conscientes frente a terceros humanos. Hay necesidad de tal principio porque convivimos en grupos, somos sociales y sociables, y para serlo con mayor éxito nos imponemos unos límites a nuestros comportamientos y tenemos necesidad también de valorar la desviación de algunos miembros de esos límites.

El Derecho no es más que control social. De una parte, la importancia que se le ha dado siempre, el alto interés social en la seguridad general, entendida como orden y paz en la vida social, dictó el inicio del Derecho, que ha conducido a los hombres a buscar algún tipo de bases fijas para la consecución de un cierto orden en las acciones humanas que permita alcanzar un orden social estable. De otra parte, la presión de intereses sociales menos inmediatos, quizás individuales, y la necesidad de reconciliarlos con las exigencias de la seguridad general y de la realización de continuos nuevos compromisos a causa de los repetidos cambios en la sociedad, han demandado siempre el reajuste de, al menos, algunos detalles del orden social[1].

La justicia hace referencia a la conducta, la moral de la que depende hace referencia a la conducta, la costumbre es conducta repetida y exigida. Está claro que se intenta controlar la conducta, pero ¿es necesario controlar la conducta? Me refiero a la conducta de otros, porque controlar la propia entra dentro de la esfera de libertad de selección del género humano. Ciertamente queremos libertad para nosotros mismos pero exigimos, por necesidad de pervivencia de grupo, controlar la conducta de otros.

Estamos pues siempre intentando con normas (costumbres, religión o derecho) o con la fuerza (que permiten usar dichas normas) controlar la conducta ajena para hacerla digna, para hacerla soportable a otros, para impedir que genere problemas de relación social. Es necesario, pues, considerar el hecho de que hay necesidad de controlar la conducta.

Esto nos lleva a pensar en el libre albedrío y a reflexionar que si la conducta no es aleatoria y, por tanto, tiene causa, entonces la conducta no es libre. ¿Hay aquí una paradoja? Efectivamente parece que esto sea un problema insoluble. Pero a lo largo de los diversos post en este Blog se ha mostrado que aunque los genes puedan determinar una parte de la conducta, por tanto de la costumbre y de la justicia, el entorno, otros, nuestros iguales, nos afectan tanto o más que los propios genes, de modo que somos completamente permeables a las influencias externas, lo que proporciona una tranquilidad suficiente frente a controles insalvables. Según cita Ridley[2] el filósofo Henrik Walter explica que un animal está determinado por sus genes en un 99 % y en un 1 % por su propia decisión o medios, y aún así es mucho más libre que otro que esté determinado en un 1 % por sus genes y un 99 % por el entorno. De los genes se puede escapar, se pueden condicionar, se pueden activar por más o menos tiempo con resultados distintos; del entorno, prácticamente, no se puede escapar.

El libre albedrío era un problema indescifrable al que muchos dedicaron tiempo y no se hubiese podido resolver sólo con el pensamiento. Únicamente se puede plantear una solución desde la investigación científica: la selección natural nos ha otorgado una mente con capacidad de detectar intencionalidad en otros, lo que sirve para predecir actos y tomar la decisión de realizar los nuestros, y la decisión de hacer algo, con la información que capta nuestro sistema límbico, la tomamos sin que seamos conscientes de ello, porque la volición (que es un sistema inconsciente) posteriormente será testeada por la capacidad de revisión de nuestras propias decisiones, llámese reflexión o raciocinio. No hay una causalidad lineal, sino circular, que “deriva de los circuitos de retroalimentación del cerebro, en los que los resultados de un proceso se convierten en las condiciones para el comienzo de los siguientes. Las neuronas del cerebro escuchan al receptor incluso antes de haber terminado de enviar mensajes. La respuesta altera el mensaje enviado, que a su vez altera la respuesta, y así sucesivamente”[3]. Esto es un nuevo enfoque de la teoría de la consciencia. El libre albedrío es como una suma de efectos circulares de redes de neuronas que varían constantemente, que producen efectos inherentes a la relación circular que existe entre los genes, una situación cambiante de estados cerebrales que dependen de nuestras emociones, instintos, experiencias e influencias de otros, incluso del azar.

Si una respuesta, es cambiada por la propia respuesta, que cambia asimismo por el propio cambio, esto es un círculo. No me atrevo a decir si virtuoso o vicioso. Lo que está claro es que la información llega incluso antes de hacernos la pregunta consciente. ¿Se podrá, pues, dar respuesta racional a la causa de la conducta social, y con ello a la razón de las normas, costumbres, justicia y derecho? ¿Tenemos necesidad de un control de la conducta?

Al menos, por utilidad, predecir los efectos de la conducta grupal es interesante, proporciona información, permite el desarrollo de nuevas ciencias y de estudios. Da la razón de una gran parte de la construcción cultural del ser humano. Es por eso que, por su parte, Fukuyama señala[4] que las ciencias sociales han soñado con convertir el estudio de la conducta humana en una verdadera ciencia, y pasar de la mera descripción a modelos formales de causalidad con un valor de predicción sustancial basado en una rigurosa observación empírica. Pero es entendible el hecho que este propósito es más fácil de conseguir en unas esferas del comportamiento que en otras como, por ejemplo, en los mercados: el análisis de mercados ha hecho de la economía la reina de las ciencias sociales. Cuando se habla, no obstante, de individuos y de grupos de individuos u organizaciones la cosa es mucho más difícil puesto que en los grupos las normas, costumbres, tradiciones o vínculos sociales influyen en mucha mayor medida que en los mercados.

Hay, por ejemplo, necesidad de controlar al contestatario que trastoca el orden, el statu quo. Lo que nos lleva al control de la conducta. La justicia tiene la tendencia a controlar la conducta; las costumbres tratan de controlar la conducta; las normas morales o éticas pretenden controlar las conductas; los padres tratan de dirigir las conductas de sus hijos; los ‘poderes’ establecidos tratan de controlar a sus subordinados. Sí, es connatural que debe haber un principio regulador de los comportamientos y para regularlos hay que controlar las conductas que no se adaptan a los comportamientos aceptados por el grupo, pero, atención, estamos pisando un terreno intelectual tremendamente peligroso por los excesos que se han cometido.

Se han hecho muchos experimentos de control de conductas y ya se ha indagado bastante en cuanto a los métodos de control de la conducta humana[5] y el análisis del comportamiento, así como sus aplicaciones a los problemas sociales de nuestro tiempo, y a pesar de las respuestas dadas a preguntas como ¿por qué la gente se comporta de la forma que lo hace?, ¿cómo podría una persona anticipar y, por tanto, prepararse para lo que otra persona fuera a hacer?, o ¿cómo se podría inducir a una persona a comportarse de una cierta manera?, lo cierto es que el problema de la explicación de las conductas, persiste. Y la discusión sobre el mentalismo y el conductismo ha llevado, a veces, a soluciones prácticas abusivamente expeditivas. Aunque hayan definiciones que explican que el control de la conducta humana es simplemente la manipulación de las condiciones ambientales en las que está inmerso un organismo a fin de lograr una modificación definida de su conducta, obteniendo un comportamiento nuevo, una reafirmación o un cambio en la tendencia del organismo a conducirse de manera estándar, quizá, mediante la eliminación de patrones de conducta adquiridos en el pasado[6], lo cierto es que decir que la conducta de un organismo puede ser controlada mediante la manipulación de las condiciones ambientales es, en el mejor de los casos, una generalización oscurecedora, y en el peor de ellos, un modo de revestir el control de la conducta con el ropaje de lo beneficioso y de lo científico. El peligro reside en que son siempre invariablemente los mismos, o un grupo sobre otro, el que ostenta el control de las manifestaciones en cuestión, y éstas, precisamente, se dan casi siempre en un contexto social, y que su propósito es regular la conducta de otros seres humanos.

Precisamente en razón de que los esfuerzos por controlar la conducta humana se dan necesariamente en un contexto social, es imprescindible que los consideremos como algo más que simplemente la manipulación de ciertas condiciones materiales a fin de lograr una modificación definida de la conducta.

Es un grave riesgo basarse única y exclusivamente en las propias ideas, las moralmente correctas, las leyes o normas establecidas, o las científicamente en boga, sobre la naturaleza humana. Por otra parte, si algunas determinadas ideas sobre la naturaleza humana pueden conformar la realidad social, merecen obviamente ser consideradas, por derecho propio, poderosos instrumentos de control social, por lo tanto hay que cuidar mucho de que incluso la ciencia no refleje y refuerce intereses y objetivos de grupos sociales dominantes en su afán de control.

¿Qué determina el que una idea dada, sobre la naturaleza humana constituya, o no, la base de la racionalización de un determinado objetivo de política social o justifique o no una forma concreta de control de conducta? Contestando dicha cuestión en su obra citada[7] S. L. Chorover dice, «que las teorías y métodos psicotecnológicos tienden a reflejarse y a reforzar los intereses y objetivos de los grupos sociales dominantes”.

Es sumamente interesante la línea argumental de Chorover respecto del cual concretamente interesa señalar el relato de unos hechos ocurridos, que manifiestan la dificultad de que sean unas ideas, que no se pueden o no han sido suficientemente criticadas, que no han sido suficiente y científicamente contrastadas, aquello en lo que debieramos basar nuestra idea de lo justo, de la justicia, de lo debido, en su más amplio sentido. Siguiendo el hilo de su relato, leamos sus palabras.

“En circunstancias extremas, las cuestiones concernientes al control de la conducta en la sociedad humana pueden ser (y han sido) literalmente cuestiones de vida o muerte. Imagínese, por ejemplo, que forma usted parte del personal médico de un gran hospital psiquiátrico emplazado en las afueras de una ciudad importante. La institución es un destacado centro docente con una larga y honorable tradición médica en el que el adiestramiento clínico impartido a los estudiantes ha sido siempre de gran calidad y, donde los pacientes han recibido, por lo general, los mejores tratamientos posibles a manos de expertos en neurología y psiquiatría, humanos y capaces.”

“Imagínese, además, que acompañado por otras personas como usted -clínicos, investigadores, directivos- un dignatario que visita el centro está cumpliendo la obligada visita de inspección. El visitante, llegado de la capital de la nación, es un afamado experto en el diagnóstico, clasificación y tratamiento de los trastornos nerviosos y mentales, así como el autor de numerosos e influyentes trabajos sobre temas tales como alcoholismo, estrés, epilepsia, traumatismo cefálico e inflamación cerebral.  Sus credenciales administrativas son igualmente impresionantes: Es profesor de psiquiatría en una de las principales facultades de medicina del país y dirige una clínica mundialmente famosa. Durante los últimos tiempos se ha encargado de organizar un programa psicotecnológico masivo. Todos los informes, pasados y presentes, de cada paciente internado en todos y cada uno de los hospitales mentales del país han sido revisados por juntas de expertos, que han decidido la inclusión de un buen número de pacientes en un grupo de tratamiento especial.  Este proceso de selección era producto de una reunión, celebrada aproximadamente un año antes, en la que un grupo de psiquiatras expertos y de altos funcionarios habían decidido la puesta a punto de centros de tratamiento especial en diversos hospitales diseminados por el país.  Dado que el correspondiente a la institución a la que usted pertenece ha sido uno de los primeros en completarse, el visitante ha venido a observar cómo se realiza la fase terapéutica del proyecto.”

“La visita oficial de inspección está a punto de finalizar. Todo el grupo, incluidos usted mismo y el visitante distinguido, contempla a través de una pequeña ventana cómo unos veinte pacientes mentales, escoltados por celadores del hospital, entran en el área de tratamiento, limpia y brillantemente iluminada. Los pacientes permanecen tranquilos mientras los celadores abandonan la sala, cerrando la puerta tras ellos.  A la señal de uno de sus colegas, un miembro del personal oprime un determinado interruptor.  Nada ocurre en los primeros segundos: los pacientes continúan tranquilamente de pie.  Entonces, repentinamente, comienzan a dar muestras de agitación, jadean, tosen, gimen, intentan inhalar desesperadamente.  Uno por uno van desplomándose.  El tratamiento ha terminado.  La manipulación del entorno ha producido una modificación de la conducta bien definida: los veinte pacientes están muertos”.

“Aunque lo he presentado – dice Chorover – como un ejemplo hipotético, este episodio ocurrió realmente. Fue parte de un proyecto cuyo deliberado propósito era el exterminio administrativo masivo de pacientes psiquiátricos, proyecto concebido, organizado y realizado en la Alemania nazi. Su designación oficial era ‘Destrucción de vidas sin valor’, y fue planeado detalladamente durante una conferencia celebrada en Berlín en julio de 1939, a la que asistieron primeras figuras en la psiquiatría académica y altos funcionarios públicos.”

“Uno de los presentes era el doctor Max de Crinis, profesor de psiquiatría del Charité Hospital y afamado experto en diversos temas neuropsiquiátricos.  Como miembro de la junta de médicos supervisores responsables del proyecto desde sus inicios, el doctor De Crinis hizo una visita oficial al hospital mental del estado de Sonnenstein, cerca de Dresde, donde, en las circunstancias más arriba descritas, fue testigo de la muerte de, al menos, veinte pacientes varones, por asfixia aguda consecuencia de la inhalación de monóxido de carbono. Aunque se le citó en los protocolos del tribunal de Nüremberg – encargado de juzgar los crímenes de guerra – por su participación en el proyecto, el doctor De Crinis nunca fue juzgado porque se suicidó en 1945, durante el asedio soviético a Berlín, utilizando un cápsula de cianuro de las que el gobierno suministraba.”

“¿Es posible entender, lo que aquel día, en Sonnenstein, se trasuntaba?  Es en principio tentador decir que el episodio no requiere mayores explicaciones dado que ocurrió en Alemania durante la era del Reich nazi y fue una de las muchas atrocidades grotescas e inexplicables que salpicaron Europa durante el período citado: tal planteamiento, en lugar de mejorar la comprensión del episodio, lo enmascara por completo.  Lo que realmente continúa exigiendo una explicación es el hecho mismo de que lo ocurrido en Sonnenstein no fue un suceso aislado. A mediados de 1940, escenas idénticas se producían habitualmente en los psiquiátricos de toda Alemania y, en pocos años, el proyecto creado por el doctor De Crinis y sus colegas profesionales se cobraría unas 275.000 vidas de pacientes psiquiátricos, internos de cárceles y personas mentalmente retrasadas. ‘La destrucción de vidas sin valor’, que era la denominación oficial del proyecto nazi cuyo propósito era el exterminio masivo de millones de judíos,  eslavos y miembros de otros grupos, siguió en tiempo, técnica y justificación al mencionado ‘plan terapéutico’, que pretendía ser un ejercicio de psicotecnología científicamente objetivo y moral y éticamente neutro.”

Chorover dice, después de citar a Walter Lipman, con quien no concuerda, que “la explicación del holocausto se debe buscar en la fatiga de la mente humana, que llega a recostarse o sentarse procurándose una visión de la existencia parcial y simplificada, en que no es la debilidad de la mente humana la causa, sino, más bien, la pujante fortaleza de ciertas preconcepciones sociales. La razón – explica – una vez que hace acto de presencia, intenta comprender mediante los métodos de la observación cuidadosa, el análisis y otras formas de comportamiento inteligente, pero incluso aquellos que se disponen a seguirla fielmente pueden ser dirigidos o tentados a aceptar conclusiones sobre el mundo que de otro modo rechazarían como irracionales.”

Quizá la conclusión de lo que allí ocurrió sea el afirmar que la existencia de algunos teóricos es menos arriesgada y la vida profesional les es más segura, cuando aceptan la ‘visión de la existencia parcial y simplificada’, de la que depende el ordenado funcionamiento de ciertas instituciones sociales poderosas, instituciones que a veces recurren a la violencia[8] como medio de imponer su particular visión de la existencia.

En tales ocasiones, a los pensadores que siguiendo el hilo de la razón buscan nuevos caminos, les podría ocurrir, y de hecho les está ocurriendo, que choquen con los burócratas que cumplen órdenes en defensa de las instituciones existentes. Los enfrentamientos entre quienes pretenden construir nuevos significados y los defensores burocráticos del poder pueden ser incluso fatales, pero, al menos, cuando no son fatales, ni siquiera violentos, sus efectos indirectos pueden ser con frecuencia razonablemente calificados como asuntos de vida o muerte.

Hay cantidad de pruebas que coinciden en señalar la importancia de unos pocos conceptos claves de especial significación en la atmósfera del movimiento nacionalsocialista que emergía. De sumo interés es el conjunto de ideas sociobiológicas relativas a la desigualdad humana, así como una clase específica de inferencias políticas derivadas del darwinismo, cuyo epítome vendría dado por frases-eslogan tales como ‘la lucha por la existencia’ y ‘la supervivencia del más apto’; o las ideas de Friedrich Nietzsche, especialmente, la del ‘superhombre’.

Bajo la presión de determinadas circunstancias materiales – militares, políticas y económicas – todos los niveles de la sociedad alemana, dieron en otorgar a estas frases y a otras como ellas, el valor de leyes universales de la naturaleza, cuyas implicaciones respecto de la política pública eran obvias lógicamente, justificables científicamente y moralmente obligatorias. Las interpretaciones que de la naturaleza humana hacían autoridades inglesas y americanas (y también alemanas) de la época, reflejaron y ayudaron simultáneamente a crear, en fondo y forma, la monstruosa realidad del genocidio nazi: esto es lo mismo que decir que el genocidio nazi no fue un síntoma aberrante de psicosis nacional, sino una campaña fríamente calculada de control de la conducta, claro reflejo de la interrelación entre significado y poder en una época y un lugar dados.

Esto demuestra la relación entre costumbre, moral y sentido de justicia, con la conducta que se considera apropiada y el propio control de la misma. ¿Habrá que llegar a un sistema de control de la conducta como el referido, o será mejor un sistema de control de la conducta a base de una autoimposición de normas de conducta por aceptación de las normas del Número Uno, a una aceptación de la religión[9]? O, dicho más sencillamente ¿debemos dejarnos llevar por otros?

Quizás la repuesta sea la auto programación, la repetición de actos, de conceptos, a nivel individual, a nivel social como grupo o como nación, o como grupos de naciones que comparten elementos comunes, o a nivel de culturas; la inculcación de los valores culturales sobre lo que hemos tratado: justicia, cooperación, altruismo (aun con el egoísmo que ello comporta) y bondad. Pero ¿habrá choque de culturas? No necesariamente, cuando la autoprogramación comporta el respeto a la diversidad y dar valor a lo distinto.


[1] Pound, Roscoe. An Introduction to Philosophy of Law. Yale University Press, Chelsea, Michigan, USA 1982, p 2, 3.

[2] Ridley, Matt., Qué nos hace humanos, Taurus, Madrid, 2004, p 303.

[3] Ridley, Matt., Qué nos hace humanos, Taurus, Madrid, 2004, p 307.

[4] Fukuyama, Francis. La construcción del Estado, traducción de María Alonso, primera edición, Ediciones B, Barcelona, 2004, p 136.

[5] Véase Eysenck, H. J., Experimentos en terapia de la conducta, Orbis, Barcelona, 1985; Chorover, Stephan L. Del Génesis al genocidio (La sociobiología en cuestión), Orbis, Barcelona, 1985; Skinner, B. F.  Sobre el conductismo. Orbis, Barcelona, 1985.

[6] Véase Ulrich, R., Stachnik, T. y Mabry, J., Control of Human Behavior, Scott – Foresman, Glenview, IL, 1966.

[7] Chorover, Stephan L. Del Génesis al genocidio (La sociobiología en cuestión), Orbis, Barcelona, 1985, p 16 y siguientes.

 [8] Como son los sistemas legales y judiciales de los países.

 [9] Que ata, que liga. De la propia etimología de religión = religare.


15 respuestas a “¿Hay necesidad de un principio regulador de los comportamientos?

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